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sábado, 18 de junio de 2011

SABER LLEGAR

   En la época de viajes en la que nos encontramos me asaltaron esta mañana varias frases relacionadas con este tema. "Caminante no hay camino se hace camino al andar", "Lo importante no es llegar al destino, lo importante es hacer el camino". De aquí mi mente me jugó la pasada de proyectarme títulos relacionados con el tema ("El Camino", "Industria y andanzas de Alfanhuí", "La Carretera") o con los clásicos literarios de viajes de Homero a Julio Verne o Javier Reverte, con un especial recuerdo a los señores Lewis (el de Alicia y el otro, el de Narnia), P.J. Barrie, Stevenson o Swift.
   De repente sentí un fogonazo: en alguna parte de mi memoria rescaté una idea que venía destilada de una cita célebre. Lo siento, no la recuerdo literalmente, pero me gustó su significado, porque daba forma a la esencia del ávido lector. La comprendí porque hace tiempo que fui inoculado por este vicio de la letra impresa. Decía algo así como: "El mejor viaje al que uno puede aspirar es el que describe el dedo índice a través de las páginas del diccionario".   Realicé la prueba y redescubrí la atracción a lo desconocido, el sabor de la aventura, pues a cada paso, a cada salto de dedo, no supe con qué persona, animal, cosa o verbo me iba a encontrar. Poco a poco me sentí Teseo en el laberinto del Minotauro, un Dr. Livingstone en El Congo con el machete en ristre retando a los elementos, un Amundsen incombustible contra las inclemencias y la mala suerte.
   El caos en el que se encuentra el orden alfabético en el País del Diccionario es alucinante: mi viaje al destino Tanorexia comenzó con la acción de rellenar la carne o las aves que se van a guisar con trozos de tocino, jamón u otros ingredientes (Mechar), metí espuela y en un batir de hojas fui a parar ante un Tatami que compartía espacio con un monumento megalítico originario de Baleares (Taula). La yema de mi índice pareció olisquear su trofeo, piafó y cobró vida propia como un rabioso corcel negro desbocado: tan pronto se paraba en la conjugación del verbo Tañer como, en un requiebro, se plantaba en el arte de incrustar pequeños trozos de madera, nácar u otros materiales en un objeto de madera para decorarlo (Taracea). Llegó el final de mi viaje y pude dar con la obsesión por tener el cuerpo bronceado.
   Si hubiera utilizado la herramienta Diccionario.exe de mi portátil habría conseguido la definición de Tanorexia en 0.003 sg. La cuestión está clara: no consiste en llegar el primero, sino en saber llegar. Y en ocasiones, detenerse para tomar aire y disfrutar del paisaje.

Javier G. Rey

sábado, 11 de junio de 2011

LOS LIBROS TIENEN ALMA.

¿Os imagináis un libro en el que haya publicidad insertada en cualquier momento donde menos te lo esperas?¡Puaj, qué desagradable! Se me ocurre que no es tan descabellado que fuera con bloques de anuncios así, por huevos, como en Tele 5 o en YouTube. La tecnología la tienen. Y lo primero que se compra con dinero es la ética y el buen gusto.

¿Sabéis de algún ejemplar al que le pudiera ocurrir que no se le pudieran pasar las páginas por alguna razón que escapa a nuestro entendimiento, como si nos compraramos un libro cuyas tapas estuvieran selladas? Yo sí lo conozco. Libros con spam, con drivers específicos, con troyanos y demás escherichias. Tiene varios nombres como El Príncipe de las Tinieblas. Y como Belcebú, es tentador, seductor, poderoso, magnético. Libros que ululan, proyectan vídeos, se iluminan, que hablan con entes escritores. Libros que valoran tus gustos, los archivan, los espían, los utilizan para su conveniencia. Libros de Top Manta, mercado negro, alunizajes y atracos a plena luz del día como a sus hermanos pequeños, los smartphone.

Un libro sin páginas es como una cometa sin viento o un paraguas sin lluvia.


El Lucifer de las letras promete poderes ilimitados. Pero sin alma.

Javier G. Rey