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sábado, 16 de abril de 2011

Un plan de lectura

Me he topado hoy de nuevo con el 76. 206, que no es otra cosa que el número de títulos que se editaron en España en 2010. Y esa cantidad exorbitante de títulos me ha llevado a pensar en la absoluta imposibilidad de tener un plan de lectura que, al estilo de Clifton Fadiman y John S. Major, seleccione con acierto  los libros en que deberíamos invertir nuestro tiempo finito.

Imaginemos que se convirtiera en tradición el hecho de regalar a un recién nacido una lista con los cien libros imprescindibles que debería de leer a lo largo de su vida (cosas peores han llegado a convertirse en tradiciones culturales en ese país, y ahí siguen, inamovibles.) Las listas serían tantas como personas hay en el mundo. A buen seguro se coincidiría en muchos títulos consensuados como grandes obras de la Literatura: El Quijote, Los Miserables, La Regenta, La isla del tesoro, Madame Bovary, La historia interminable, Cien años de soledad, por citar algunos. Pero en mi lista no estaría, por ejemplo, El guardián entre el centeno, que me parece un tostón gris, y sí la Vida de Pi. Y en mi lista aparecerían con total seguridad El Libro del Buen Amor, el Caballero de Olmedo, La Celestina (aún tengo por casa la Antología Básica Literaria de Vicens Vives del ochenta y tres), porque bajo mi punto de vista hay que acercarse a estas lecturas, y pronto además, para empezar a tener una composición de la literatura universal; y porque no creo que suponga ningún trauma para nadie adentrarse en sus páginas. Ahora se clama por enterrar estas lecturas a favor de otras más llevaderas y acordes con los tiempos para que los niños no se aturullen. Que digo yo que más traumático será escuchar música Hardcore y nadie dice nada. Pero sigamos.

Desde que empezamos a leer comenzamos nuestro proceso de selección. Si tenemos suerte y nuestros padres se han preocupado por iniciarnos en el maravilloso mundo de la lectura, el primer paso lo daremos en firme. Después vienen las lecturas obligatorias y recomendadas de los colegios, las lecturas de nuestra adolescencia, las que nos dejan los amigos, la pareja, las que aparecen en suplementos, programas especializados de radio y televisión, las antologías, los libros sobre libros, los 101 o 1001 que hay que leer antes de morir… Todo eso está muy bien, pero sólo corrobora mi idea de que sería imposible una guía única de lectura.

Y todo venía por encontrarme con el dichoso número del inicio casualmente mientras buscaba información sobre un libro. Hace tiempo que leí que para suplir esa ausencia del idílico plan de lectura, hay personas que siguen un método que he hecho mío: buscar los libros que se citan en los libros. Me explico. Inmersa con mis cinco sentidos en la última novela de Javier Marías, LOS ENAMORAMIENTOS, uno de los personajes cita con profusión la tragedia del coronel Chabert, de Honoré de Balzac, la historia de un oficial del ejército napoleónico que reaparece diez años después de que haya sido dado por muerto dispuesto a recuperar todo lo que perdió, incluida su mujer, que ha vuelto a casarse. Me gusta esta historia dentro de la otra historia y me parece muy motivadora esta manera de alternar lecturas: de Marías a Balzac, que es el próximo que leeré. Un plan de lectura tan aleatorio como placentero.

Rosa María García

jueves, 14 de abril de 2011

UN LIBRO ES MÁS QUE ESO

   Un ex-director de colegio francés prejubilado me preguntó ayer nada más abrir la librería: ¿por qué no pegáis los precios de los libros en las portadas en lugar de por atrás? Aunque soy consciente de que hay varias respuestas, yo me quedo con la romántica y así se lo hice saber: darían sensación de mercancía, de material, de producto. Un libro es más que eso. Si usted, caminando por la calle, pasa por delante de nuestro escaparate y frena en seco porque algún libro de los expuestos le llama la atención, con toda seguridad se verá forzado a traspasar el umbral de la librería y entrará en la casa de los libros. Se verá envuelto del magnetismo que emanan las paredes tapizadas y las mesas alfombradas de lomos y portadas. Un espectáculo de color semejante a un jardín en primavera o un parque en otoño. Su boca se le secará, tendrá que mojar sus labios, incluso morderlos, como un goloso en una bombonería para reprimir la ola de tentaciones que le sobreviene. Su pecho notará un gorjeo que se convertirá en trino conforme tome contacto visual con los ejemplares que le llamen la atención. Entonces llegará la hora de romper la tensión y, tomando aire, se atreverá a tener un trato más directo con el objeto de su deseo: tocará a su elegido. Primero posará en él las yemas de sus dedos como las patitas de los gorriones en las plazas, tímidamente, a saltitos cortos, para después prensar y acariciar las hechuras del libro. A continuación, llevado de la inercia que da un primer paso, lo sopesará con la palma de su mano y, tanteando el grosor de sus tapas, lo abrirá como quien profana un templo o una tumba, consciente de los misterios insondables que alberga en su seno.

Y me compró el libro sin preguntar el precio.

Javier G. Rey

sábado, 2 de abril de 2011

LEER DE OÍDO


   El otro día reflexionando sobre las nuevas amistades "facebookianas" conquistadas este año sopesé lo arriesgado que sería conocer a la antígua usanza-a ser posible con una cervecita y unas bravas de por medio- sus perfiles en 3D, corpóreos, como visten y calzan. La idea que tengo sobre ellas se vería alterada para bien o para mal por su interacción en directo, por su desenvoltura en el mundo real: si hablarían sin mirarte a los ojos o arrugarían la frente antes de mentir, si se taparían la boca con la mano antes de toser, si llevarían los zapatos limpios o el peinado descuidado. Dicho de otra manera mostrarían cruelmente su total humanidad en tiempo real. Y si ante una descuido, una impertinencia o una equivocación se vieran obligados a responder con el silencio hablaría por ellos un sonrojo, un enarcamiento de cejas, un mohín, una risa nerviosa, un cierre de puños fugaz. De repente caí en una característica obvia además de vital: ESCUCHARÍA SUS VOCES.

   Fue entonces cuando irremediablemente asocié a mis amigos virtuales conocidos únicamente vía facebook con los personajes de mis lecturas. Los personajes literarios superan en un pequeño detalle a los primeros: a veces se les pueden leer los pensamientos como un libro abierto, nunca mejor dicho. Aún así ambos son entes que están hechos de letras impresas. Ambos son inaudibles, insonoros. Pero no por ello menos reales.
  
   Voces hay como los colores. O más: rotas, académicas, testimoniales; aflautadas, cavernosas, sinceras, afectadas; de tenor, de camionero, de falsete, de telepredicador; nasales, gastadas, guturales, coléricas.

   Uno de los muchos factores poderosos que tiene el sano hábito de la lectura se registra en esta característica: La voz. Madame Bovary o Kurt Wallander, por poner dos ejemplos, son únicos e intransferibles en el cerebro de cada lector. Es lo que tiene escuchar con los ojos. Convierte nuestra experiencia lectora en algo personal, exclusivo. Yo tengo una Ana Karenina, un Jean Valjean o un Aureliano Buendía que no tienes tú. Ni tú, ni tú.

   Así la famosa frase que el bueno de Melville puso en los labios del frío Bartleby, "Preferiría no hacerlo" o la no menos conocida de Larra "Vuelva usted mañana", al margen de la ambigüedad que contienen sus significados tan propia del lenguaje funcionario- mitad mandato, mitad consejo, mitad excusa- y del valor que adquieren según las condiciones en las que van repitiéndose conforme avanzan sendos relatos se enriquecen del todo describiéndonos los intrincados matices sonoros que dibujan dichas palabras y cómo el lector los capta. No olvidemos que en la lectura, como en todo medio de expresión tiene tanta responsabilidad el emisor como el receptor.

   La gama de combinaciones, gradaciones y variaciones posibles del espectro sonoro es infinita. O casi. Bien por su volúmen: alto (grito, chillido, alarido), medio (engolada, impostada, atiplada) y baja (susurrante, bisbiseante, adormecida, sibilante); bien por su desarrollo: in crescendo (arenga, ánimo, aliento, vítor) o in decrescendo (súplica, lamento, hálito, petición)

   A partir de ahora procuraré leer más de oído. Comprobaré que los objetos nos llaman. Escucharé hablar no sólo a las personas. Afinando más mi oído literario atenderé al rumor entre olas, intentaré desvelar el mensaje oculto del murmullo de las copas de los árboles y descubrir lo que se esconde tras el susurro de las pisadas en la nieve.

Javier G. Rey