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domingo, 15 de enero de 2012

De-formación profesional

   Existen muchas maneras de ganarse el pan con el sudor de la frente. Los que tenemos la suerte de tener un puesto de trabajo somos conscientes de las muchas horas que echamos al día. Los pescaderos y mecánicos fueron los primeros currantes que prendieron en mi cabeza la idea de que somos lo que trabajamos; así un taxista, cuando se para a hablar contigo, permanece quieto del cuello para abajo, pero no para de controlar los cuatro puntos cardinales en un radio de dos metros a la redonda (longitud media de un utilitario) O un maestro siempre te porfía, te adoctrina, te asevera e incluso, si llega el caso, te regaña y casi te manda copiar cien veces "esto no se hace, esto no se dice" antes de recular o reconocer que no tiene razón en alguna cuestión (tengo muchos amigos docentes; un saludo a todos) Un médico te mira a las córneas en lugar de a los ojos, te da palmaditas en el omóplato, jamás en la espalda, y se queda petrificado como un galgo de caza escrutando tu rostro como tengas el desacierto de gritarle treinta y tres a la primera de cambio (un abrazo también para mis amigos médicos)
    No hay nada más horrible que enfrentarse a la verdad, mirar más allá de la imagen que te da los buenos días cada mañana frente al espejo del baño. Entonces me pregunto, ¿qué características serán intrínsecas de un librero?¿Qué manías se habrán transferido de los anaqueles a nuestros cuerpos?  ¿Qué comportamientos se habrán gestado gracias al contacto con la hoja impresa? ¿Qué gestos serán los causantes de la atmósfera que inunda una librería? El silencio es al librero lo que el yunque al herrero o la brocha al pintor: un elemento necesario y útil para su tarea; de él, por tanto, brotarán cualidades inherentes que se pegaran como calcamonías a su piel. Se me ocurren varias derivadas: ensoñación, imaginación, reflexión, meditación, paz interior. Supongo que esto se traducirá en su semblante, que será sereno como un lago de aguas calmas (excepto en Sant Jordi, que no hay calma que valga), los andares erráticos y aleatorios que serán igual que las miradas, como mariposas al vuelo sin una meta determinada, posándose curiosas sobre elementos de diferente cuestión. El ejercicio intenso de la lectura además de un extenso campo de conocimientos en los que podremos leer literalmente el mundo que nos rodea, conscientes que la vida está hecha de palabras como los ceros y unos de un programa para un informático, les dotará de poderes extrasensoriales. Así, donde el común de los mortales observa, como mucho, la caída de una hoja en otoño nosotros, los leedores obsesivos, archivarán en su cabeza inconscientemente no sólo el color de dicha hoja sino su gama, brillo y tacto, la forma de sus bordes y a la especie de planta a la que pertenece; por no hablar del mundo de metáforas que encierre: lo efímero de la vida, la belleza de la sencillez, los caprichos del azar...
   El contacto cara al público, y el arsenal de palabras almacenadas libro tras libro, les nutrirá de artes valiosas, como el don de la elocuencia y de la seducción. Los veteranos llegan a dominar la hipnosis y la adivinación. Por tanto, mucho me temo que bajo su piel macilenta de atentos libreros, esconden un misterioso ser cargado de poderes. Son taciturnos, siempre barruntando con uno o varios libros en las manos, mascullando, hablando para ellos mismos, descifrando mensajes ocultos en las papeleras o en los anuncios de los periódicos; avanzan entre la multitud silenciosos como serpientes, vistiendo de colores oscuros y rara vez acompañados, mostrando la cáscara de personas afables y comunicativas cuando su única intención es dominar el mundo.

   Cuando cuente hasta tres no recordarás nada de lo leído en este artículo. Uno, dos...y TRES.

   Javier García Rey

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