Las portadas de los libros son casi tan importantes como sus títulos. Hago énfasis en el casi, porque por muchos años que pasen siempre recordaremos El viejo y el mar, Don Segundo Sombra o Sartoris (han sido los primeros títulos que me han venido a la cabeza), sea cual sea la portada de una y sucesivas ediciones. Pero esta evidencia no le resta un ápice de importancia a las portadas; si no la tuviera, todas serían iguales. Imaginen qué tristeza de librería, exponiendo libros con portadas negras y letras blancas (o al revés, en cuyo casi serían además mas sucias, que el blanco es tan poco socorrido para las portadas, como para la ropa de los críos); un mundo monocromático, ¡puaj!, un horror. Afortunadamente no es así.
La elección de las portadas de los libros me parece un arte en sí mismo. Y no me extraña que haya personas a quienes una portada le llame tanto la atención como para coger el libro y, atraído por una fuerza invisible y desconocida, querer comprarlo. A mí me pasó con estas:
La elección de las portadas de los libros me parece un arte en sí mismo. Y no me extraña que haya personas a quienes una portada le llame tanto la atención como para coger el libro y, atraído por una fuerza invisible y desconocida, querer comprarlo. A mí me pasó con estas:
¿Ven lo que les decía? Las portadas son como los determinantes que en la oración acompañan al sustantivo para concretarlo y limitar su significado. Es más: sin ellas, los libros perderían parte de su magia.
Ahora le doy vueltas a la hipotética relación entre buena literatura y portadas bellas. ¿Por qué las portadas de los libros de Alice Munro (autora de once colecciones de cuentos y dos novelas, candidata a Premio Nobel y calificada como "la Chéjov canadiense") son tan artísticas y delicadas? En fin, en estas ando, mientras observo la portada de su próxima novela, La vida de las mujeres, que Lumen sacará a la venta a partir del 6 de octubre, y cuya portada ¡oh, casualidad! es así de bonita:
Rosa María García
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