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jueves, 29 de marzo de 2012

Y del esfuerzo de llamarse le salió una boca

   Una de las cosas que nos diferencian de los animales es el hecho de poner nombres a las cosas, como si el simple hecho de etiquetarlas fuera lo que las dota de vida, el pasaporte a nuestra realidad.


   Comenzamos por buscar la aprobación de nuestros padres cuando de bebés apuntamos con un dedito a algo y, mirándoles a los ojos, balbuceamos el sonido que lo identifica. En el colegio nos enseñan a leer en línea recta, concretamente la que va marcando nuestro dedo índice adentrándose en los primeros escritos, como el Dr. Livingstone a golpe de machete. Una vez descubiertas las palabras, memorizamos lo que va con be o con uve, con hache o sin ella e incluso nos aprendemos con soniquete de tabla de multiplicar las conjugaciones de verbos, algunos de los cuales no tendremos la oportunidad de usar en nuestra vida. Pareciera que nos nutrimos de palabras y las atesoramos como si fuéramos envases; solo que algunos -me temo que demasiados- poseen un depósito de capacidad limitada.
   Uno es adulto cuando logra echar el lazo a una sensación marcándola con una palabra; cuando caza un sentimiento, una pasión, un deseo asignándole su nombre. Así el insomnio desacostumbrado, la falta de apetito repentina, la mirada perdida a la luna noche sí, noche también no terminan de curarse hasta que no conoces el nombre de la persona que se ha instalado en tu mundo sin avisar. El resto de la vida vamos almacenando palabras, escuchándolas y oyéndolas, leyéndolas y mirándolas, gritándolas y musitándolas, escribiéndolas y dibujándolas, anotándolas y tecleándolas, listándolas, graduándolas, clasificándolas. Algunos llegan a saber comunicar a otros todos los invisibles, solo unos pocos elegidos lograrán descifrar sus propios pensamientos, descodificar sus impresiones. El que llegue a llamar a las cosas por su nombre, a ser experto del universo de las palabras -dichosas combinaciones de letras- hallará su culmen en dar la callada por respuesta, dominar el silencio, aquel Valhalla donde reposan las palabras en su sueño eterno.


Javier G. Rey

*Título entresacado del delicioso cuento "Aquiles el puntito" de Guia Risari con ilustraciones de Marc Taeger (Editorial Kalandraka)


***
Algunas perlitas sobre el tema:

"Stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus" (la frase con que termina "El nombre de la rosa": Solo su nombre es una rosa, tenemos los nombres desnudos)

"El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre" (de la obra maestra de Gabo)

"Las palabras son pálidas sombras de nombres olvidados. Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí"  ("El Nombre del Viento" de Patrick Rothfuss)

1 comentario:

  1. Una bella entrada, siempre me ha fascinado el poder de la palabra.
    Me recomendaron el sitio, muy interesantes los cuestionarios.
    Besos

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