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martes, 3 de enero de 2012

Romeo

Romeo era especial. Hace unos días nos lo presentaron. Era elegante y de apariencia tímida. De esos que si pueden, evitan salir en la foto. De maneras suaves pero de hechuras firmes. Su piel oscura y brillante le hacía flaco favor a su discreción. Sin duda se trataba de uno de esos seres incompletos que, en las fiestas, permanecen agazapados en una segunda línea a la espera de cogerse del brazo de su compañera para fusionarse en un sólo ser. Y ésto último era innegable: formaban la pareja perfecta. Ambos eran artistas. Interpretando canciones sabían cómo hacerse escuchar. La música que emanaba de ellos adoptaba increíblemente todos los registros imaginables por el oído del hombre: tan pronto se desgañitaban en un aria como se desplomaban en los graves de una pieza fúnebre. Su voz era especial, abarcaba todos los registros: aullaba, gritaba, susurraba, pellizcaba el lóbulo de tu oreja y te hablaba de puntillas o te mecía suavemente hasta parar el tiempo. Su mujer sólo tenía ojos para él. Cuando nos deleitaron con su saber hacer las leyes de la física jugaron con el público presente: las paredes se ensancharon y la pareja levitó en un suave giro poco a poco hasta tocar el techo mientras esparcían notas de todos los colores a nuestro alrededor.

Romeo era un violín e Ingrid su primer y único amor.

(Gracias a Ingrid López por inspirarme en el recital del 31 de diciembre entre turrones, amigos y pan de jamón venezolano)

Javier G. Rey

3 comentarios:

  1. Javier,
    La música que expresa el alma en esas líneas son mágicas, con el amor de Romeo y su notas del corazón.
    Gracias,
    Ingrid

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