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jueves, 14 de octubre de 2010

La caja de Pandora

Hay libros que dan pavor. La cena es uno de ellos. Herman Koch pone ante el lector un tema tan peliagudo que, pasado un centenar de páginas, dan ganas de colocarlo muy despacio en una estantería, en la confianza de que no se abra jamás la caja de Pandora.

No destriparé el quid de la cuestión; un quid al que ustedes y yo asistimos en su momento como espectadores televisivos (recuerdo perfectamente qué le dije a mi marido al respecto). Sólo escribo los pensamientos que me rondan en estos días, mientras voy leyendo un libro que encoge el corazón especialmente de quienes tienen hijos. Porque todos queremos que no le ocurra nada malo a nuestro hijo. Es ley de vida desearlo. Pero, ¿qué ocurre cuando te enteras de que tu hijo ha hecho algo terrible, abominable, vomitivo, deleznable? Esa es la pregunta. Y a partir de ahí la cabeza se llena de dudas: ¿prefiero que mi hijo sea un líder o un sumiso? ¿Un matón de patio o un débil solitario? ¿Al que pegan o quien pega? ¿Cómo se puede evitar que un hijo, tú hijo, se convierta en un monstruo? ¿O por ser tu hijo nunca verás en él a un monstruo?

“Me miró –dice Paul, el padre-. En sus ojos vi lo que llevaba viendo toda la vida. Pero también algo que preferiría no haber visto”.

Hay también libros, como La cena, que requieren comentarlos en una sobremesa con amigos para, entre todos, encontrar la manera de tener bien amarrado el miedo. Eso haré cuando lo termine.


Rosa María García



 * La cena está publicado por la editorial Salamandra.

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