Buscando el cuento de La siesta de los martes para mis labores talleriles (permítanme inventar palabras, que es un bonito y entretenido juego), releí, anotado en el margen inferior con mi letra, que para escribir este relato Gabriel García Márquez partió de la visión de una mujer y una niña vestidas de negro y con un paraguas también negro, caminando bajo un sol de justicia por un pueblo desierto.
Y esto me recordó que en las últimas semanas he leído más sobre la imagen como germen de una historia. La primera de ellas a Almudena Grandes que en una de las innumerables entrevistas promocionales de su última novela, explicaba que siempre escribía a partir de una imagen: en el caso de Inés y la alegría fue una mujer montada a caballo llevando una sombrerera repleta de rosquillas. También el director de cine Fernando León de Aranoa con motivo del estreno de su última película, publicó en El País un artículo titulado Flores para Amador en el que confesaba que la imagen de una chica sentada en el autobús cargada de flores y mirando al cielo fue el desencadenante de la historia.

Rosa María García
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