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martes, 12 de octubre de 2010

Una imagen

Buscando el cuento de La siesta de los martes para mis labores talleriles (permítanme inventar palabras, que es un bonito y entretenido juego), releí, anotado en el margen inferior con mi letra, que para escribir este relato Gabriel García Márquez partió de la visión de una mujer y una niña vestidas de negro y con un paraguas también negro, caminando bajo un sol de justicia por un pueblo desierto.

Y esto me recordó que en las últimas semanas he leído más sobre la imagen como germen de una historia. La primera de ellas a Almudena Grandes que en una de las innumerables entrevistas promocionales de su última novela, explicaba que siempre escribía a partir de una imagen: en el caso de Inés y la alegría fue una mujer montada a caballo llevando una sombrerera repleta de rosquillas. También el director de cine Fernando León de Aranoa con motivo del estreno de su última película, publicó en El País un artículo titulado Flores para Amador en el que confesaba que la imagen de una chica sentada en el autobús cargada de flores y mirando al cielo fue el desencadenante de la historia.

La imagen es a la historia como las tan trilladas mariposas en el estómago en el amor. Imagino una punzada, un chasquido, un mareo incluso, cuando te topas con una imagen que hace que tu cabeza comience a maquinar una historia a velocidad ultrasónica. Lo explicó ya hace tiempo mejor que yo Patricia Highsmith en Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga. Decía que en todo hay gérmenes de una idea. “Lo importante es reconocerlos cuando se presentan. Yo los reconozco gracias a cierta excitación que siento en seguida”. De la imagen al papel hay un proceso especial reservado a los escritores, que tienen un desarrollado olfato, una sensibilidad a flor de piel y muchas horas de oficio, es evidente. Todos podemos juntar letras, pero sólo unos pocos hacen magia.


Rosa María García

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