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martes, 26 de julio de 2011

La enfermedad del Quijote


No concibo la vida sin leer libros. Y por ende no concibo la vida de aquellas personas que no leen libros. Eso no es bueno ni malo: es una realidad tras la que me parapeto cada vez con mayor fuerza, porque con el paso de los años (las rarezas se acentúan, no lo olvidemos), he descubierto que tengo más afinidad con quien lee que con quien no lo hace. Así de sencillo. Pensaba en esto, después de leer el discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de Fuente Vaqueros, en Granada, en septiembre de 1931:


“No solo de pan vive el hombre. Yo si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; pediría medio pan y un libro […] ¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir `amor, amor´, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fiodor Dostoievsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Liberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: `¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!´. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida. Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: Cultura. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz”.

Ilustración de Pilar Rubiales para el libro CUENTOS DE VIENTO PARA MOVER MOLINOS


Creo que solo desde el más profundo y sincero amor por los libros se puede llegar hasta la emoción al leer un fragmento así. Ochenta años han pasado desde que estas palabras fueran pronunciadas y siguen vigentes (cambia, eso sí, que hoy ya no estamos acostumbrados a esta oratoria, porque apenas se practica). ¡Libros!, clama Lorca y libros suplica Dostoievsky. ¿Tendrá algo de enfermizo? ¿Cómo se llamaría la enfermedad de los libros? “La enfermedad del Quijote”, la llamaría yo, en honor al más maravilloso de los hidalgos: sería la única en el mundo cuyo contagio sólo traería beneficios. Su virus, inoculado antes de los 7 años, salvaría muchas vidas. “Enseñad a leer”, dejó dicho Juan Farias:


“Un niño que no lee, que no sabe leer, se quedará sin un montón de amigos, crecerá con un vocabulario pobre, se comunicará mal, su geografía estará limitada, su tiempo no tendrá puntos de fuga hacia lo que fue o lo que pueda ser, no conocerá más que aquellos lugares, aquellas horas en las que haya puesto sus zapatos, será, por falta de imaginaciones, un hombre incompleto.
Incluso a la hora de creer en un dios, su dios no será poeta”.

Rosa María García

2 comentarios:

  1. Precioso discurso de Lorca, me ha traído a la memoria aquella conferencia maravillosa sobre las nanas (las nanas, ese primer contacto con la poesía, el ritmo como forma de entrar en la literatura, todos los caminos han de llevar a la lectura):

    "no quiero dibujar, sino sugerir. Animar, en su exacto sentido. Herir pájaros soñolientos. Donde haya un rincón oscuro, poner un reflejo de nube alargada y regalar unos cuantos espejos de bolsillo a las señoras que asisten.

    He querido bajar a la ribera de los juncos. Por debajo de las tejas amarillas. A la salida de las aldeas, donde el tigre se come a los niños. Estoy en este momento lejos del poeta que mira el reloj, lejos del poeta que lucha con la estatua, que lucha con el sueño, que lucha con la anatomía; he huido de todos mis amigos y me voy con aquel muchacho que se come la fruta verde y mira cómo las hormigas devoran al pájaro aplastado por el automóvil."

    Me quedo con vuestro blog!

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